FRAGMENTOS LITERARIOS
ADVERTENCIA
El que tanto se confía
que para deudas no tiene plazo,
Dios mediante, está en porfía
y aunque cumpla con su mano
lo convidará la piedra fría.
CANTOS DE SIRENA
Abolengo no tiene, despojado
de la estirpe el barón don Juan Mencía.
Ni blasón ni nobleza y vaga en vida
ufano y pecador.
Mancilló la Virtud con regocijo
y la Fe. De las cándidas insulsas
disoluto. Pendón de la Fortuna
que alzó a su favor.
Sus rifles el Centauro y Sileno
retiran al ilustre irreverente,
al paso del egregio con ecuestre
figura de gallardo capitán.
El lóbrego sonido de las olas
anuncia, intempestivo, a su linaje
que el viento que se cuela en ventanales
de luto y terciopelo tornará.
Redímete, en el mar, de tu suplicio
y toma por alivio de tu pena
mi pecho sin sosiego de promesas,
anzuelo que tu infamia de tahúr
encarna, ni cadenas que lo ataran;
remanso del marino en el Oscuro,
ahoga mi regazo con el tuyo
de cuanto navegante no es aún.
EL DELIRIO DE DON JUAN
El que largo confía el cumplimiento
de su plazo, su deuda postergada
pagará de repente sin aduana
a la Santa Compaña por su entierro.
Al que tanto porfía con el Cielo
por veredas errante como un alma
solitaria y en pena, inmaculada
y divina mi Gloria no concedo.
Que la Muerte se burla del que apuesta
con su frío de mármol silencioso
y al infierno convida por afrenta.
¡Vive Dios! El sereno mortuorio
tus entrañas revuelve entre la tierra
¿No escuchaste doblar en los escollos?
ACUSACIÓN DE DON JUAN
Los que su Redención fían tan largo,
el justo plazo postergando,
y su capricho y deseo tan pronto apremian,
de Virtud, Ley, Honor y Gloria haciendo tropelía;
de Dios recibirán castigo
por deshonra y el infierno, su morada, por litigio.
El romance de Silva
Recuerdo que de pequeño me quedaba pasmado durante horas contemplando los cuadros de escenas de caza que había en mi casa natal. Silva era la niña que me gustaba cuando iba a la escuela. Los fines de semana solíamos vernos en el patio de la iglesia parroquial pero pronto el secreto cayó en boca de los vecinos y sentíamos vergüenza. De modo que comenzamos a citarnos en la fuente al atardecer, cuando se ponía el Sol: «con la luz del alba vienen los ciervos a beber estas aguas y pronto se van», me dijo una vez Silva. Pocas veces madrugué tanto para ir a la escuela como aquella semana. Pero nunca veía a los ciervos. Silva me esperaba todas las mañanas en aquella fuente: «¿Los viste?» Me preguntaba. Y yo, frustrado, siempre le decía que no: «es que tu madre los espanta con el ruido de los zuecos», me dijo un día de camino a la escuela. Entonces al día siguiente madrugué más aún, fui a la fuente solo y ella me esperaba con un vestido nuevo y peinada con dos trenzas: «¿Los viste?» Le pregunté yo. «No, pero van a venir: cierra los ojos y te aviso cuando los vea», dijo ella. Yo cerré los ojos anhelando aquel momento en que poder ver a los ciervos tan de cerca hasta que de pronto noto que ella me besa. Fue mi primer beso con una chica y juro que al abrir los ojos vi a los ciervos detrás de ella escapando: «¡Los he visto!» Le dije a Silva emocionado. «¿Por qué no te has girado? Estaban detrás de ti», le pregunté yendo hacia la escuela. «Porque yo ya los tengo muy vistos», me dijo mientras me cogía de la mano.
De cacería
Silva decía que los ciervos venían a Santa Coloma de Somoza desde Bembibre, que se ausentaban de Bárcena por Congosto y que luego regresaban a las tierras del Sil, que era donde moraban. Un día mi padre me llevó de caza hasta San Facundo y me encargó la tarea de avistar y perseguir a los venados hacia el lugar en que los cazadores esperaban escondidos entre zarzas y matorrales. Tan cerca estuve de ellos que sólo esperaba contárselo a Silva. Aquel lugar era un sitio verde de vegetación frondosa pero apenas había agua, era donde los ciervos pastaban. Al llegar junto a mi padre permanecí en silencio, había tres ciervos: uno por cazador. Mi padre me pidió que contara hasta tres en voz baja. A la de tres descargaron sus escopetas y pude ver como aquellos rumiantes de trote ligero y llenos de vitalidad, que un momento atrás perseguía, daban ahora sus últimos pasos de plomo hasta caer ensangrentados o intentar escapar malheridos, no muy lejos, quizás hacia un sitio con agua. Al día siguiente, en Somoza, me dirigí a la fuente por la mañana acompañado de mi madre, que iba a coger agua. No estaba Silva, ni tampoco los ciervos y tuve que ir solo hasta la escuela. Aquel día a la hora del recreo Silva no jugaba y permanecía apartada y llorosa: «ya los ciervos no volverán a la fuente a beber agua», fue lo único que me dijo, no le respondí pero me puse triste, le intenté dar un beso y me esquivó. Llegué a casa sin hambre y decidí no comer: «¿Porqué no comes?» Preguntó mi madre. «Silva está triste porque no vio a los ciervos», le dije yo. «Silva lo que tiene es cuento y si está triste es por no ganarse nuestra condolencia.» Aquella sentencia de mi madre me hizo recordar mi primer beso como una incursión arrebatada a un mundo que no me correspondía y del que ella trataba de preservarme. De algún modo, aún hoy siento nostalgia de aquel mundo en el que irrumpí por unos instantes, quizás los más alegres de mi vida y aún hoy siento el pesar de Silva como saco de arena y veo desvanecerse aquel beso en mi memoria como un ciervo cae malherido sin llegar a saciar su sed. Ahora detesto los cuadros de caza.
El hijo de Modesto
Cuando el hijo de Modesto se enroló con Casimiro, ya apuntaba maneras: las noches de romería, cuando no faenaban a la mañana siguiente, pulía todo el dinero en el Mamba Negra. Era un pobre diablo de arrabal: se le veía correr por la calle con la mirada ofuscada y la voz consumida por el alcohol. Se apuntaba a toda cuanta fiesta había pero siempre terminaba igual: borracho, campaneando y yendo a putas: «¡Putas! ¡Quiero putas!» Casimiro Peralta faenaba hasta los festivos y el hijo de Modesto iba a trabajar de reenganche. Las viejas de la Herrería, la Morería, el Skorpio... Las putas de la ciudad le sabían a poco. El patrón sólo le invitaba los domingos: «aún recuerdo el día que te llevé a descorchar.» Un día le salieron ronchas en la cara y como era invierno se le encarnaron y tenía heridas abiertas. Poco a poco las ronchas avanzaban por todo el cuerpo: las manos, las piernas... Y se apoderaron de los tejidos internos de los oídos y de las entrañas. Todo su cuerpo ardía en carne viva. El patrón lo despidió antes de que la naviera entrase en quiebra: «¡Sabe Dios dónde fuiste a meterla!» Entonces se echó a dormir en los bancos de la ciudad mirando pasar a los hombres que van de putas los domingos. La sífilis se le extendió al sentido y gesticulaba con movimientos bruscos como si estuviese agonizando, bebía vino picado y olía a putrefacto. Un domingo cualquiera en el Mamba Negra sorprendió al patrón con un botellazo: «¡Descorcha esta!» Pero sólo lo dejó inconsciente. Al día siguiente lo reconoció y al hijo de Modesto le cayeron veinte años por intento de homicidio. Ahora no lo quieren ni en la cárcel y lo tienen apartado del resto de reclusos. De haber muerto antes de ver el ascenso de Casimiro a concejal se podría decir que hubiera tenido un último alivio.
COLOFÓN A CLOTILDE
Era una noche de invierno de 1931. En La luz del candil apareciera, ya por la tarde, un militar de permiso que decía estar haciendo la mili en Redondela (o en Torrefranca de Bustén, nunca quedó muy claro). Venía solo y las putas estábamos de servicio, de modo que no había ninguna libre para él. Aprovechó el claro para entrar en el tugurio pero arreciaba temporal. Claudia Ameixeiras estaba muy nerviosa detrás de la barra. Él era tímido:
- Una cerveza, por favor…
- Aquí sólo tenemos vino.
- Pues un blanco.
- ¿Jarra o copa?
- Copa -no tenía dinero.
Retuvo la copa hasta que se hizo noche y el temporal imposibilitó su marcha. Entre las voces de los viejos jugando al dominó y el humo del tabaco disimulaba su ineptitud para aquel juego camuflado detrás de un almanaque del año anterior a la República… Era el único diario que había en aquel antro: yo misma lo había leído mil veces en mis tiempos de descanso y poco después descubrí que faltaba la plana dedicada a la genealogía de nosequé familia noble del País Vasco… Lo recuerdo porque en una parte de la foto del escudo había una sirena que llamó siempre mi atención. Aquella noche mi cliente era su general y todas las habitaciones estaban ocupadas. Evidentemente él no sabía nada de eso, ni de que aquella noche había descarga: iban todos de paisano, excepto él, y entraban por la puerta de atrás.
- ¿Sabe usted jugar a la brisca, señor…?
- Carolo, me llamo Carolo.
- ¡Merda! Luces na costa, espranza de pobres.
- ¿Qué dice usted?
- Que si sabe jugar a la brisca, don Carolo.
- No, eso son cosas de viejas. Parece usted nerviosa.
- Se hai luces na Guía, adiós a la descarga: una no vive sólo de comandar a estas putas.
- ¿Qué putas?
- ¿Qué hace usted aquí?
- Me dijeron que se comía bien…
- Pues sin trabajo no hay comida ¿Usted no lo sabe? Barco sen luces, todo é fartura.
- ¿Qué luces teme usted?
- El faro da Guía: enciende sus luces las noches de tormenta y hoy hay descarga, por eso aquí le llamamos o facho Cabrón.
- No entiendo nada…
- Teniente Carolo, si usted me permite…
- ¡Para servirla! -Acaba su copa mediada.
- … Vamos a comisión y si no dice nada usted llevará parte del valor de los fardos…
Claudia desliza en su mesa una carta voltada de la baraja española y mientras sube las escaleras apaga las luces… Carolo queda en penumbra.
- ¡Todo el mundo a casa! ¡Hox’ non hai barco!
Los del dominó se largan, Carolo permanece en la sombra, se cierra la puerta que da a la isla y espera el portazo de Claudia… Mientras cogen las barcas rumbo a Cesantes enciende una cerilla y da la vuelta a la carta, la sota de oros; tiene un mensaje: «Cuando aviste un barco sin luces suba a mi alcoba sin hacer ruido.»
Escampaba y la ventana de detrás de la barra daba a Rande y mientras Carolo comía queso se apagaba el faro de la Guía. Eran las doce y pico… El mar estaba tan negro que era imposible distinguirlo del cielo y ver el horizonte: parecía todo un telón encapotado… De repente una sombra gris se va acercando. Carolo se descalza y sube las escaleras hasta la alcoba de Claudia: la puerta estaba entreabierta y enciende otra cerilla…
- Buenas noticias.
- ¡Milajre del cielo! Pasa y cierra con cuidado.
- ¿Y la mercancía?
- Ya hay braceiros atendiéndola… Ven aquí, cariño, y dime ¿Qué deseas?
- A Lara Bustelo.
- Aquí me tienes, soy toda tuya…
Las cinco de la mañana y aún no había luces en toda la comarca. Estábamos todas solas en sus respectivos cuartos, los demás miembros del cuartel habían marchado por donde habían venido (por la puerta de atrás) a las doce con el rebumbio de los jugadores de dominó, que eran braceiros de la isla…
- Aún no hay luz en el pueblo, don Carolo: bajo la cama hay una escotilla que da a las cuadras, aproveche y salga por la puerta trasera. Su silencio será remunerado…
La escotilla daba a las pocilgas. Carolo salió por la trampilla como un cerdo. La puerta grande estaba atrancada por fuera. En la isla estaban escondidos los del pueblo: mientras daba con su barca lo rociaron con tomates, huevos y mierda… Llegó al cuartelillo como pudo…
- ¡Cabo Carolo!
- ¡Señor, si señor!
- ¿Dónde pasó usted la noche?
- Con Lara Bustelo, mi general…
- Huele usted a estiércol… Cualquiera diría que la pasó con Claudia Ameixeiras…
- Recibí las señas que usted me dijo: la sota de oros -enseñó su carta.
- ¡Lara! -Del cuartelillo salió una mujer pelirroja con pecas y holiendo a lavanda- ¡Asegúrate de que vuelve por donde ha venido! Con respecto a usted, cabo…
- ¡Carolo, señor!
- Cabo Carolo: no se fíe usted nunca de una mujer morena…
- Pero…
- ¡Cállate! ¡Y te me cuadras! ¡Lara! Dirígelo a la descarga: necesitamos braceiros antes de que venga la luz del día… Por cierto, cabo Carolo, acaba de inaugurar usted el bautismo de don Porcino: que cepilló a la más cerda y se fue por donde vino.
- ¡Señor, si señor!
- Y recuerda: te quedan seis meses de servicio… No hagas que te inhabilite para la vida pública…
- ¡Si, señor!
Al acabar su servicio, Carolo pudo ejercer dignamente su profesión: el periodismo… Aquel día fue el hazmerreír de todo el pueblo, pues no tuvo derecho a ducha hasta la mañana siguiente… Nadie encontró, eso si, aquella plana de almanaque anticuado que guardó bajo el uniforme como oro en paño y le sirvió para iniciar sus investigaciones en diarios más serios sobre el caso de los Mencía. Nunca denunció el narcotráfico, la prostitución, ni al ejército: tampoco hizo méritos… Las putas del pueblo pagamos su silencio callando su verdadera identidad: su cobardía no hace gala de su talante profesional. Su profesión le llevó a seguir el rastro de los Mencía. Sin embargo, las putas de Cesantes, al margen del amparo editorial y a contrapelo de la prensa oficial, reclamamos no el ojo por ojo ni el diente por diente: exigimos igualdad ante la ley para los que callan por dinero… Porque, a la chita callando, se sabe más de la impunidad de los Mencía que de la muerte de Clotilde. Si ley no hay más que una, putas somos todas.
Firmado:
LA SOTA DE ESPADAS.
En el Lazareto de San Simón, de Cesantes. En una estancia salen el PUEBLO y CLOTILDE.
PUEBLO:
La que se pone a servir
voluntad no ha de tener
y todo ha de ser hacer
y nada ha de ser decir.
CLOTILDE:
Ofreciendo porvenir
garantiza quien gobierna
esperanza y obediencia
de quien se pone a servir.
Dispuesto el pueblo a temer
cualquier gobierno deslumbra:
nación sometida en burla
voluntad no ha de tener.
Si al Estado es menester
que el que no gobierna reina
para defraudar la Hacienda,
pues todo ha de ser hacer.
Burocracia o bisturí
en beneficio fiscal,
cirugía y bienestar:
que nada ha de ser decir.
La razón hace al valiente:
pues si en tal ensarillada
mis ojos han de creer,
que dicen vino a Cesantes
mandado mayor del Rey
Xoan das Quintas desvalido;
honor no concederé
donde la verdad sea media
y la honra mía opondré
a las menguas veleidades
que siempre las beldades lisonjeras
seducen ingenuas voluntades donde el engaño hace solera...
¡La razón hace al valiente!
Sale XOAN DAS QUINTAS.
XOAN DAS QUINTAS:
¡Y al cobarde hace el temor!
En Amor y en el gobierno
prometer es robar viento
probar tiento el vencedor.
De esperanza vendedor,
del candor soberanía,
burlaré la gente mía
que al cobarde hace el temor.
Nacional mas sin partido
mi divisa no hallarán,
como la mujer sumisa
sumido pueblo al azar
¿Pues qué pabellón ostenta
Estado sin gobernar?
A la deriva y sin rumbo
guiarlo mi oficio será
y dar sentido a mi insignia
alarde profesional.
CLOTILDE:
En este consistorio de poderoso
atractivo, vacío y desamparo
legal, de los políticos albricia,
que haciendo de la norma desacato,
exhibiendo galón de lo ostentoso,
sacando beneficio con astucia,
por oficio: argucia,
sin fuero del Estado
y de patria olvidado;
postergando azarosos los hediondos
destinos y la parte por el todo,
despótico arribismo, vindicando;
sin más soberanía ni decoro
y dignidad que un pueblo silenciado.
XOAN DAS QUINTAS:
Dichoso aquel que calla porque otorga,
ajeno, y reconoce la pericia:
que cumplió con esfuerzo el que a sí mismo
se debe sin blandicia
arriesgando su honor y compromiso
¡Ay! Dejaría mi vida en Galicia.